Arcade Fire, Carlos Vermut y las líneas difusas de la cancelación
El grupo canadiense acaba de sacar un nuevo álbum, el primero tras las acusaciones de abuso sexual a su líder. En cuanto al director de “Magical Girl”, ¿ha desaparecido del mapa?
El pasado sábado, el suplemento Babelia de El País sacaba una lista de las 50 mejores películas españolas de los últimos 50 años. Supongo que lo que más podría llamar la atención es que se adhiere a la revisión del canon hasta ahora imperante en este tipo de ránkings que han ejercido en los últimos años publicaciones como Sight And Sound. Para quien no lo recuerde, la revista británica revolucionó bastante el estado de la cinefilia en 2022 al elegir como mejor película de todos los tiempos Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Ackerman (por delante de Vértigo, de Hitchcock). No es, ni de lejos, tan radical la lista de Babelia, aunque destaca la inclusión de muchas obras firmadas por directoras en lo que parece un acto de búsqueda de la justicia histórica. Se valora la labor pionera de Josefina Molina y Pilar Miró. Las, en su momento no tan bien recibidas por la crítica, películas de Icíar Bollain e Isabel Coixet; valores emergentes como Pilar Palomero, Alauda Ruíz de Azua y Mar Coll y, sobre todo, el encumbramiento de Carla Simón.
Pero, junto a todas estas celebrables (y, en algún caso, inesperadas) presencias, me llamó la atención una ausencia: la de Carlos Vermut. Especialmente la de Magical Girl, una película que fue fabulosamente recibida en su momento. Algo muy importante cambió el 26 de enero de 2024, cuando mis compañerxs de El País Ana Marcos, Elena Reina, Laura Garófano y Gregorio Belinchón publicaron un reportaje que, considero, es ya historia del periodismo, y donde varias mujeres narraban episodios de abuso y violencia sexual por parte del director, algo que fue corroborado posteriormente con más testimonios. No solo los actos que se narraban eran nauseabundos y repulsivos: peor fue la respuesta del cineasta, que venía a justificarlos subrayando que eran consentidos y sin mostrar ningún tipo de arrepentimiento. Hasta donde yo sé, ninguno de sus casos se llevó a los juzgados, tan solo se condenaron moralmente, y sí fue el director quien interpuso una demanda al periódico por injurias y calumnias. Las rápidas declaraciones públicas de personas de la industria del cine mostrando su repulsa y condenando las acciones de Vermut me despertaron dudas razonables. ¿Eran sinceras o eran, por parte de algunos, una forma hipócrita de salvarse el culo, cortar vínculos en público con quien podría haber sido anteriormente su colaborador y amigo? ¿De verdad nadie conocía el historial depredador de Vermut? ¿Nadie lo había disculpado previamente, incluso jaleado en privado?
Es en todo este contexto en donde podemos interpretar la ausencia de Vermut en la lista. No estoy sugiriendo que haya habido una cancelación oficial decretada por el medio, sino que pienso que, más bien, lxs compañerxs que votaron el ránking se “olvidasen” de él más o menos conscientemente. Tiene su lógica. “Huy, me acabo de acordar de Magical Girl. Espera… ¡Qué mal rollo! ¡Quita, quita!”. Esa misma idea se me podría pasar a mí también por la cabeza pese a sostener que esa es, probablemente, la mejor película española desde Arrebato, una obra maestra única, extraña e inquietante. La habría votado hipotéticamente, por tanto, en un segundo puesto tras el filme de Iván Zulueta. También me gustaron las otras dos películas que vi de Vermut. Diamond Flash, de una violencia malsana, un viaje sin freno a los abismos de la crueldad; y Quién te cantará, brillante en su juego de espejos entre la admiración y la influencia artística, se dice que inspirada en la relación de Vermut con Almodóvar. Mantícora, de lo que solo leí algunas cosas relativas a la dureza de su contenido, no la quise ver, más todavía al ver que trataba sobre la pederastia (línea roja en este momento de mi vida).
No ha habido una cancelación oficial, explícita, de Vermut, aunque la estrategia de TVE de retirarla de RTVE Play de tapadillo ha sido tan poco inteligente que ha dado alas a algunos medios de extrema derecha, para encontrar más munición en su cruzada contra lo que ellos llaman cínicamente “la dictadura woke”. En realidad, sus dos primeras películas, sin ir más lejos, se pueden seguir viendo en plataformas como Filmin o Mubi. Lo que no tengo tan claro es si Vermut volverá a hacer cine e incluso parece haber desaparecido por completo de la vida pública. No me da ninguna lástima, pero entramos ahora en lo de separar al autor de la obra y todo eso. Vale. Aquí hay otro aspecto interesante, que tiene que ver mucho con el ilusionismo de la teoría de autores. Hemos dada por buena la idea de que un director de cine es como un novelista, un pintor o un músico, el único responsable de su obra, y nos hemos olvidado de que una película es un acto de creación colectiva, una obra en la que ha trabajado muchísima gente. En este sentido, castigar una película (si es que esto ha sucedido de verdad) por los actos personales de su director acabaría siendo un castigo para todas las personas que pusieron lo mejor de sí mismas para sacarla adelante. Pero también es cierto que, en este caso, el papel tan preponderante de Vermut como guionista y director de sus historias hace más difícil disociarlo.
Si Magical Girl me pareció una obra maestra en su momento no tiene por qué dejar de parecérmelo ahora. Cuando las vi, no se me ocurrió pensar que la dureza, crueldad y perversión de las películas de Vermut tuviese ninguna relación con que estuviesen ideadas desde la cabeza de un psicópata. Ahora sí siento un poco eso, y sé que me generaría mal rollo volver a verlas, por mucho que pudiese hacerlo desde una distancia crítica. En general, cancelar películas por el comportamiento reprochable de sus creadores es algo que me llena de dudas. Pienso, en casos aún más chungos, como la confesión de la violación de Maria Schneider, orquestada por Bernardo Bertolucci y Marlon Brando en El último tango en París; la condena y fuga de Roman Polanski, las acusaciones a Gerard Depardieu, las declaraciones de Sean Connery diciendo que hay que pegar a las mujeres… Son cosas que les desacreditan como personas, que no pueden ser disculpadas, eximibles ni edulcoradas porque sean grandes artistas, pero, para mí, no desacreditan sus películas. Si nos metemos en esa línea de la cancelación a posteriori, eliminamos casi toda la historia del arte. Pero, aun así, me asolan las dudas cuando pienso sobre ello, porque aferrarme a esa base teórica me lleva, mentalmente, a pensar que, de alguna manera, si defiendo sus obras estoy blanqueando, justificando moralmente las acciones de esas personas.
El elefante en la habitación de Arcade Fire
Un caso muy similar al de Carlos Vermut ha sido el de Win Butler, líder del grupo canadiense Arcade Fire. Fue en agosto de 2022, poco después de la publicación de We, el penúltimo álbum del grupo, cuando la revista online Pitchfork, a través de los testimonios de varias mujeres anónimas, lo acusó de conducta sexual inaceptable. Si el modus operandi de Vermut era, generalmente, utilizar su poder en la industria para seducir a jóvenes aspirantes a actrices, o a otras mujeres relacionadas con el mundillo, para luego ejercer diferentes tipos de violencia sexual contra ellas, el de Butler tenía más que ver con contactar con fans muy jóvenes a través de las redes sociales, e insinuarse sexualmente. Se trata de dinámicas moralmente reprobables por las diferencias en cuanto a poder simbólico (artista famoso-admiradora), edad y contexto. En algunos casos, se produjeron relaciones físicas y, en otros, de cibersexo. La justificación de Butler era que todas habían sido relaciones consentidas, pero el consentimiento es relativo cuando hay una dinámica de poder-admiración y cuando la víctima es considerablemente más joven.
Otro aspecto importante a añadir a esto es que Butler estaba casado y, además, con la otra líder del grupo, Régine Chassagne. En el comunicado que ambos publicaron, ella venía a justificar a su marido, sugiriendo que las relaciones extraconyugales estaban consentidas por ella, y al final perdonaba su comportamiento diciendo que estaba pasando por un período de alcoholismo y depresión. “He has lost his way, and he has found his way back”, escribía ella al final del comunicado, lo que me hace pensar si, hasta cierto punto, no será Régine otra víctima de esa relación de poder, de un matrimonio tóxico
Es cierto que ninguna de estas denuncias llegó a los tribunales, pero también lo es que es difícil dirimir judicialmente una relación de dominación tan compleja como las que narraban las víctimas. No es, por comparar con otro caso de actualidad, un asunto tan brutalmente turbio como el de Sean ‘Puff Daddy’ Combs. Sí queda claro que lo de Butler se queda simplemente en un delito moral, a lo que muchxs rebatirán que lo que aquí se cuenta es casi un tópico del rock (y de la música popular), algo de lo que artistas como los Rolling Stones, Motley Crue, Julio Iglesias u Hombres G presumirían en lugar de arrepentirse. Sin embargo, si por algo impactó esta noticia, además de por llegar en el nuevo escenario propiciado tras el me too, donde todo esto se ha revisado, afortunadamente, es en cómo afectaba a la credibilidad del grupo. Arcade Fire se había caracterizado como una banda en las antípodas de los tópicos sobre sexo, drogas y rock and roll, una especie de referente ético, comprometido con causas humanitarias y letras buenistas que apelaban a la elevación espiritual y el amor universal. Más aún, álbumes como Everything Now y We criticaban con virulencia el mundo de placeres ficticios asociados a las redes sociales y la cultura online. Justo aquello que su líder había utilizado de forma obsesiva para aprovecharse de sus fans más jóvenes e impresionables.
Al conocerse la noticia, Feist y Beck, que iban a ser teloneros de Arcade Fire en su gira, decidieron retirarse de la misma, aduciendo incomodidad por lo sucedido. Pero tampoco ha habido una cancelación explícita más allá de eso. Durante estos tres años, la banda ha seguido haciendo giras con la misma regularidad, encabezando festivales y ahora ha publicado un nuevo álbum, Pink Elephant.
En realidad, siento que lo que sucede ahora con Arcade Fire es mucho peor para ellos que una cancelación. Nadie los ha silenciado, pero nadie cree ya en la banda. Quien más y quien menos, los ve como unos hipócritas. Es cierto que, antes de las denuncias, ya habían empezado a construirse su propia tumba creativa, con discos cada vez peores, aunque mantenían un excelente nivel en directo y ese aura de grupo que importaba. Que todavía importaba.
Yo fui muy fan de Arcade Fire. Me siguen encantando sus tres primeros álbumes y, probablemente, fue mi banda favorita de la primera década de los 2000, junto a LCD Soundsystem. El verano pasado acudí a su concierto en Sevilla, sin plantearme la cancelación en ningún momento. Probablemente no habría pagado por ir a ver a Win Butler, pero tenía invitación, venían amigos de fuera y tampoco son tantos los conciertos interesantes que llegan a este erial. Pero, sin ser técnicamente un mal concierto, las sensaciones ya eran muy diferentes a todas las veces anteriores que los había visto. Noté algo roto en mi conexión con el grupo, una distancia insalvable. No me llegaban. No me los creía. Me parecía todo artificio y postureo, como escribí en esta crítica para Muzikalia . Como en su canción Afterlife, el amor se había ido y me sigo preguntando a dónde.
El primer adelanto del nuevo álbum, Year Of The Snake, me había hecho albergar esperanzas sobre una reactivación creativa: más exploración, menos épica, un reseteo necesario… Pero la escucha completa del álbum me ha dado un soberano bajonazo. Las canciones, prácticamente todas ellas medios tiempos, parecen inevitablemente informadas por los sucesos de 2022. En los textos, Butler parece intentar hacer un acto de contrición, autoexplorar sus paseos por la noche oscura del alma y buscar una especie de redención, aunque tampoco se inculpa tanto a sí mismo como a demonios externos. No debe haber sido un momento ni un disco fácil para Régine, pues el disco lo que provoca, sobre todo, es una gran sensación de incomodidad al escucharlo, aireando problemas más bien de alcoba como si fuese una versión un tanto cursi de un filme de Ingmar Bergman o, más adecuada la comparación, de Historias de un matrimonio, de Noah Baumbach. La gran mayoría de las críticas que han salido hasta el momento inciden también en estos aspectos: en la flojedad del repertorio, el escaso convencimiento con que Butler defiende las canciones y la caída libre a la que se han abocado desde Everything Now. Alguna crítica, incluso, da al grupo ya por acabado.
En realidad, me he dado cuenta de que yo ya no los escucho, los veo casi como un placer culpable del pasado. No me siento con especial interés por volver a escucharlos, al igual que dudo seriamente que vuelva a ver las películas de Carlos Vermut. No los he cancelado oficialmente, pero algo en el interior de mi inconsciente sí lo ha hecho de facto.