Blacanova fue el mejor grupo de Sevilla
Repaso la discografía de esta banda de culto, que existió entre 2006 y 2018, y a la que se rendirá homenaje en el II Sevilla Shoegaze, en la Sala X, el 15 de febrero
Creo que fue en el Primavera Sound de 2010 cuando una amiga de entonces, Elena Domínguez, me habló por primera vez de Blacanova, recomendándomelos encarecidamente. Cuando su primer CD llegó a mis manos por medio del sello Foehn, me di cuenta de que había acertado plenamente. Blacanova recreaban un sonido más o menos reconocible, muy influido por los Cure más siniestros y el shoegaze, aunque también tenía una marcada personalidad, plasmada en la combinación de voces de Inés Olalla y Armando Jiménez, y en una imaginería, unas letras y unas atmósferas que presentaban una hiperrealidad distorsionada, con mucho tenebrismo y brutalidad, pero también humor negro. Un poco Francis Bacon, un mucho David Lynch, a quien, por supuesto, también adoraban. En sus canciones estaba el Lynch de El Hombre Elefante -también por el homenaje compartido a Freaks de Tod Browning-, el de Mulholland Drive e Inland Empire y el de Twin Peaks al completo, incluida la encarnación tonta del teniente Cooper.
La banda se disolvió en 2018 por puras dinámicas internas, tras publicar cuatro álbumes. De sus cenizas surgieron entusiasmantes ramificaciones como Martes Niebla y Beladrone, pero su recorrido fue forzosamente breve. El fallecimiento del carismático guitarrista Paco Arenas (a quien, por cierto, dedica la estupenda escritora Elisa Victoria su novela Otaberra, cuyo blacanóvico título es Arrebato al revés) truncó todos esos proyectos y cambió nuestras vidas para siempre.
Porque mi recorrido personal pasó de ser fan del grupo sin conocerles de nada a ir a saludarles cada vez que iban a tocar en Madrid, intercambiar correos con Paco y, al final, que ellos fuesen mis primeros amigos cuando la casualidad me llevó a vivir en Sevilla. ¿O puede que Blacanova hubiese sido un aliciente inconsciente para nuestro traslado de ciudad? Parte de esta historia ya la narraba en esta bonita pieza que elaboró mi compañero José Miguel Carrasco para el Diario de Sevilla.
El II Sevilla Shoegaze ya está aquí. Y junto a los conciertos de Magic Gardening Club y el regreso de Tannhäuser tras doce años sin tocar en directo, la sorpresa será la primera (¿y quizás última?) aparición pública de Los Santos Oscuros, una banda que incluye a todos los supervivientes de la última formación de Blacanova y que rescatará parte de su repertorio.
Para abrir boca, recuerdo su discografía en larga duración, con las críticas que yo mismo escribí en su momento. Pude reseñar todos sus discos: los impares para Rockdelux y los pares para La Luna de Metrópoli, lo cual, probablemente le habría despertado alguna conclusión hilarante a Paco. Va por él, siempre.
(foto por Amaya Granell)
“Blacanova” (Foehn, 2010)
ROCK OSCURO. “Padre, me han violado/ y en mi cabeza se han dejado/ pequeñas cintas con mi pasado”. “Olías a axila de madre quemada/ y gritabas: She’s so eighties”. “Yo soy tierra mojada en mi interior/ Ojalá de mi carne brote una flor”. “Lance a su hijo por la ventana/ que yo la esperaré/ desangrándome dentro del coche/ un día más”. Son sólo algunas imágenes dispersas recogidas durante el recorrido del primer álbum de este sexteto sevillano y la confirmación, tras los estupendos EP’s “Monja” (2007), “Perro” (2008) y “Madre” (2009), de que nos encontramos ante unos inspirados herederos de Surfin’ Bichos y unos solventes actualizadores de la tradición de la España negra llevada a la cultura indie. Blacanova –juego de palabras, por cierto, inspirado en Olga Baclanova, la actriz rusa que encarnó a la trapecista Cleopatra en el film “Freaks”, de Tod Browning (1932)- retoman una estética tremendista también enraizada en el after-punk pero que evita el deja vú gracias a imágenes cargadas de fuerza, de una belleza convulsa y violenta. La impresión final no es tanto la de un uso impostado de lo sórdido, sino más bien de su utilización como forma de subrayar cierta sensación de vulnerabilidad y desamparo, de malestar existencial. Historias, sí, sobre gente incompleta, gente abollada, que apoyan en un adictivo sonido que bebe tanto del mejor shoegaze como de los Cure de 1980 a 1982. Especial mención al excelente uso de las voces de Inés Olalla y Armando Jiménez, que se funden o se dan la alternativa siempre de un modo más que efectivo. “No temas a la oscuridad/ las rosas también son ciegas”, cantan en “Desgracia” para demostrar que, más que apelar al narcisismo lúgubre, aquí se habla de estrategias vitales. Gran grupo y gran, gran álbum.
“¿Cómo ve el mundo un caballo?” (El Genio Equivocado, 2012)
Este sexteto de Sevilla ya sorprendió en 2010 con un álbum de debut homónimo que aunaba el tremendismo de la España negra llevado hasta un exceso casi hilarante con sonidos provenientes del shoegaze, post rock y after punk anglosajones, y basado en el desequilibrio producido entre la sordidez y la brutalidad de lo que se contaba y la suavidad con que se alternaban una voz masculina (Armando Jiménez) y otra femenina (Inés Olalla). Su segundo largo se mantiene en las mismas coordenadas, recreándose en ese sentimiento trágico de la vida de un modo todavía más extenuante. En sus canciones, de melodías accesibles pero carentes de estribillo, abriendo por momentos la ventana a cambios rítmicos que crean distensión, la impresión de asfixia copula con la perversidad con que lanzan sus imágenes deformadas y un surrealismo feísta y desolado. Se confirma como uno de los grandes nuevos grupos secretos del indie nacional.
“Regiones devastadas” (El Genio Equivocado, 2015)
SHOEGAZING SEVILLANO. No hay nada en el tercer largo del sexteto sevillano que rompa con lo mostrado en “Blacanova” (2010) y “Cómo ve el mundo un caballo” (2012). Al contrario, “Regiones devastadas” ahonda en los elementos definitorios de su estilo y los perfecciona: el manto sonoro saturando y asfixiando según las enseñanzas del shoegazing, el post-rock y el after punk más envueltos en azufre, la conjunción de voces susurrantes e inquietantes de Inés Olalla y Armando Jiménez y la sucesión de metáforas impactantes de tono surrealista evitando estribillos. También mantienen su personal iconografía, construida a jirones de imágenes que aúnan sordidez, violencia y fragilidad extremas, una carnalidad gore (vísceras, bichos, detritus, invenciones como el árbol-testículo) y, principal novedad de este álbum, la presencia permanente del sexo chungo: prácticamente todas las canciones hablan de amor, aunque desde una perspectiva más bien malsana. Haciendo de abogado del diablo, se les podría reprochar cierto acomodamiento en su estilo, lo fácilmente rastreable de sus influencias anglosajonas o una posible sensación de impostura a la hora de epatar por epatar. Yo, sin embargo, me los imagino vestidos de negro en su caluroso local, aislados de un mundo que no entienden ni les entiende, perdidos en las procesiones de Semana Santa y fantaseando con que los capirotes de los nazarenos están copiados de un vídeo de Joy Division (y no al revés). Y me los creo porque, sobre todo, Blacanova son la expresión de un malestar y la búsqueda de su catarsis.
“La cabeza” (El Genio Equivocado, 2018)
EL FINAL DE UNA QUIMERA. Sin hacer mucho ruido, el septeto sevillano Blacanova se despide indefinidamente con este cuarto álbum. Se lo dedica al cineasta Tod Browning. “Sin su inspiradora parada de los monstruos, Blacanova nunca habría sucedido”, escriben en las notas finales del CD. De hecho, su nombre se lo tomaron prestado a la actriz Olga Baclanova, protagonista de aquel filme de culto, pero alterado en un mínimo juego de palabras que definía perfectamente su sonido: como una negra supernova. El grupo debutó en 2010 con un magnífico álbum de título homónimo -aunque ya había publicado tres EP’s previos desde 2007-, y nunca bajó su nivel. Deudor de aquella corriente del pop indie conocida como shoegaze, que tuvo como principales baluartes a bandas británicas de comienzos de los años noventa como My Bloody Valentine, Ride o Slowdive, pero también del pop gótico de The Cure y de héroes locales como Los Planetas, Surfin’ Bichos o Mercromina, llevó aquellos saturados muros de ruido a su propio mundo lírico. Conducidas por las voces de Inés Olalla y Armando Jiménez, sus catedrales sónicas encerraban una lírica tan siniestra y gore como el cadáver de Queipo de Llano bajo las lágrimas de La Macarena o el cuerpo ensangrentado de El Cachorro. Lo celestial, lo escatológico y lo cruel en violenta convivencia y, al tiempo, desprendiendo un halo de incomprensible belleza a cámara lenta. Si el shoegaze canónico se caracterizó por el puro culto al sonido y contenidos más bien etéreos, Blacanova lo bajó hacia lo terrenal, hacia un negrísimo humor soterrado. Sus textos, delirios de puro surrealismo sucio que parecían producto de la escritura automática y de ingestas descontroladas de películas de Luis Buñuel y David Lynch, contribuyeron a crear una imaginería provocadora que te dejaba noqueado y, al tiempo, te hacía sentir que había mensajes secretos en su interior. En “¿Cómo ve el mundo un caballo?” (2012) y “Regiones devastadas” (2015), su estilo se fue afianzando y depurando, siempre a espaldas del ojo público y de la complacencia del indie predominante. “La cabeza”, su disco póstumo, muestra a una banda rebosante de inspiración, e incluso aporta canciones como “Una mujer venezolana”, “Zoe”, “Esa sensación” o “El Ángel Exterminador”, que son lo más cercano que ellos hicieron nunca a un single con éxito potencial. Demasiado tarde o, tal vez, demasiado pronto. Se va uno de los mejores grupos que ha dado el indie español en esta década.