La amarga historia de Crystal Castles
Alice Glass y Ethan Kath conformaron uno de los grupos más arrebatadores de comienzos de siglo, pero detrás había una siniestra historia de abusos. Ninguno de los dos ha vuelto a hacer nada relevante
Con la trilogía de álbumes que publicaron entre 2008 y 2012, Crystal Castles fue uno de los grupos a los que adoré más fervientemente durante esos años. Tenía todo aquello que me podía flipar: un sonido de punk digital que era agresivo, oscuro y aparentemente liberador, al tiempo que comprometido (especialmente con el tercer álbum). También, un directo que no dejaba diferente y la magnética presencia de Alice Glass, que era tan cool como salvaje y vulnerable al mismo tiempo. Un fan vídeo que ruló mucho por Internet, en la que sonaba sobre la famosa secuencia de Isabelle Adjani en los pasillos del metro, en la película Posesión, de Andrej Zulawski (mi memoria me decía que la canción era Alice Practice, pero ahora solo lo encuentro con Plague), ayudaron a conformar el mito. Los fui a ver en directo siempre que pude (que fueron, creo, unas cinco o seis veces), los solía poner en mis sesiones siempre que pinchaba por ahí y también escribí bastante sobre el dúo canadiense en aquellos años. En 2013, y antes de la que fue la última gira de Alice (nombre real: Margaret Osborn) y Ethan Kath (nacido como Claudio Palmeri) por España, escribí este texto laudatorio que hoy reproduzco:
CRYSTAL CASTLES: DE INSECTOS Y FANTASMAS
Con su tercer álbum, Alice Glass y Ethan Kath consolidan un misterioso desequilibrio: el de buscar la confrontación mediante un sonido y una actitud tirando a extremos y, sin embargo, el de encontrarse con el favor de un público cada vez más amplio. En “III”, además, muestran su vulnerabilidad y su conciencia y deciden mirar hacia las injusticias del mundo que les rodea. Este mes vuelven a visitarnos con el que sigue siendo uno de los directos más arrebatadores de nuestro tiempo.
Primer contacto
Fue en la edición 2009 del Sónar. No era el debut de Crystal Castles en directo en España (año y medio antes habían actuado en el Primavera Club), pero sí su bautismo ante un público más masivo. Mientras el encapuchado Ethan Kath se parapetaba tras el teclado lanzando toda su artillería sonora, y con un batería en la retaguardia, Alice Glass se movía por el escenario como una bestia salvaje poseída por la ira y, al tiempo, un desaforado ímpetu celebratorio y desquiciado. Pero algo iba mal: su voz no se escuchaba en absoluto. La ceremonia parecía un baile de San Vito entre andanadas de luces estroboscópicas como cuchillazos en la oscuridad y sonidos digipunk que se perdían en la noche. En un momento, Alice bajó a las primeras filas con una botella de un licor de alta graduación y lo compartió con el público. Al regresar, harta de los fallos de sonido, se fue a una esquina del escenario, se encaró con los técnicos y desmontó la batería con la intención de tirarla hacia el foso. El personal de seguridad se fue hacia ella y todo acabó a hostias ante la cara de asombro del público.
Lo primero que pensé fue que, tras aquel incidente, el dúo de Toronto difícilmente iba a volver a tocar por aquí. Sin embargo, y ante mi sorpresa, se ha convertido en uno de los nombres ya habituales y más deseados en los carteles de nuestros festivales indies: en los tres últimos años se les ha podido ver en el SOS 4.8, Bilbao BBK Live, D-Code, Low Cost –donde repetirán este verano- y FIB, además de haber acudido en sus dos últimas giras de salas. Algo análogo a lo que sucede en el resto del mundo, por donde llevan todo este tiempo prácticamente sin dejar de girar. De algún extraño modo, o su espíritu de confrontación no crea tanto rechazo como ellos pretendían o tiene una potencialidad comercial un tanto perversa. Pero hay una constante que se repite a largo de casi todas las entrevistas que han concedido en su carrera (no demasiadas, por cierto. Son huidizos y parcos en palabras): Crystal Castles molan, y mucho, a su pesar. “Nos gusta utilizar sonidos que molesten a la gente. Especialmente algunas de las canciones del principio, como “XXZXCUZX me”, las hicimos con esa intención. Realmente es muy extraño cuando aparecieron fans diciéndonos que era su favorita”, confesaba Kath a la revista Exclaim!, probablemente con la misma perplejidad con que se sentiría Michael Gira si se enterase de que el futbolista Xabi Alonso ha declarado que le encantan Swans. Tal vez vivamos en un momento histórico en que los sonidos y actitudes extremas han sido tan asimilados por el sistema que ya forman parte de él. Más todavía, en lugar de colocar al público contra la pared, indignarlo y provocar el rechazo, éste se alía con la propuesta y se lanza a la piscina, a disfrutar de su poder catártico, al igual que Alice Glass salta del escenario y se mezcla con los fans en cada uno de sus conciertos, en busca del contacto directo y el peligro. “Nunca he pensado en la atmósfera que podemos crear en nuestros conciertos –declaraba Kath a DigBoston- pero realmente disfruto cuando la gente me enseña las heridas que se ha hecho durante los mismos”. Ritual sadomasoquista o puro disfrute liberatorio, lo cierto es que Crystal Castles han sabido dar con una clave escénica para mostrar física y visualmente las implicaciones de una música que, como ellos siempre han dicho, sólo refleja mal rollo: turbiedad, pesar, melancolía, desesperación, decadentismo, dolor… y, al tiempo, busca la forma de exorcizarlo.
Ethan
Ethan Kath tiene 31 años. Se inició en los noventa en la escena underground de Toronto tocando con multitud de grupos de todo pelaje: punk, metal o incluso folk, varios de ellos compartidos con su mejor amigo, Pino Placentile. “Ambos tocábamos guitarras acústicas y estuvimos escribiendo canciones juntos durante años, pero justo cuando íbamos a grabar nuestro primer álbum él falleció”, narraba el músico al fanzine Sparkvsspace. “Murió mientras dormía por un aneurisma que le provocó la medicación que estaba tomando para su artritis reumatoide. Le echo mucho de menos, todavía pienso en él todos los días”. Ethan se sumergió en una profunda depresión y prácticamente desapareció de la faz de la tierra. Sus amigos y allegados se preocuparon seriamente. Unos meses después, empezó a enviarles archivos en MP3 con temas al estilo de la escuela 8-Bit envueltos en ruido abrasivo. “Estad tranquilos. A esto es a lo que me he estado dedicando este tiempo”, les fue diciendo. Cada uno de los discos de Crystal Castles está dedicado a Pino Placentile.
Alice
Alice Glass tiene 24 años. A los 14 se largó del hogar paterno y se fue a vivir a casas okupas, donde los ambientes artísticos y musiqueros, dice ella, convivían con otros más cercanos a la drogodependencia y la delincuencia. De esa adolescencia salvaje salió una punkie de vieja escuela que enseguida se enroló en una banda completamente femenina, Fetus Fatale. A uno de sus conciertos acudió Ethan y, en cuanto la vio, se flipó tanto que le propuso unirse a su proyecto. Así narraba aquel primer encuentro a DigBoston: “Aquellos tíos viejos y sexistas que habían estado en las bandas punk locales de los primeros ochenta la estaban interrumpiendo y gritándole que se bajara del escenario porque consideraban que las chicas no deberían hacer punk. Ella empezó a escupirles a la cara y decirles que eran unos peleles. No podía creerme lo que estaba viendo; ella era muy poderosa, a pesar de ser una adolescente menuda, defendiéndose a sí misma y sin preocuparle las consecuencias de sus actos, escupiendo a leyendas del punk mientras gritaba lo que yo pensaba que era poesía realmente hermosa”.
Alice Glass, durante el concierto de Crystal Castles en La Riviera (Madrid) en febrero de 2013. La foto es de mi amigo Álvaro Aramendía.
Castillos de cristal en el subsuelo
Al principio, Crystal Castles surgió como un proyecto de estudio en el que Alice no estaba directamente implicada: la suya sólo sería una colaboración vocal puntual en los tracks que estaba componiendo Ethan, “capas de sonidos cortocircuitados o simples samples de otras canciones, despedazados y rearreglados. El objetivo inicial era crear paisajes ruidistas sobre ritmos a lo New Order. Comenzamos usando muchos samples de 8-bit, y al final aprendimos a crear los sonidos nosotros mismos”. Pero todo, realmente, comenzó con eso que se suele definir como un accidente afortunado. El técnico grabó, sin que ella se diera cuenta, una de las pruebas de micrófono de Alice. Ethan decidió usarla en uno de sus temas y lo bautizó como “Alice Practice”. Lo colgó en Internet y la gente empezó a descargárselo a ritmo de vértigo. Tres sellos les hicieron ofertas y, al final, a Ethan le convenció la de Merok (entonces hogar de Klaxons). “Alice Practice” sería su primer sencillo, pero faltaba encontrar a la chica que ponía la voz, en paradero desconocido. Ella tenía que ser miembro permanente de Crystal Castles. El resto es ya una historia de creciente éxito.
El mundo en llamas
Desde su primer álbum, “I” (Lies- Last Gang, Pias Spain, 2008), la popularidad del dúo de Toronto ha crecido exponencialmente. “II” (Last Gang- Fiction- Universal, 2010) se vio, además, favorecido por temas de luminosidad más accesible como “Celestica” y, sobre todo, por otro accidente afortunado: su idea de regrabar “Not In Love”, su versión de un tema del grupo de los ochenta Platinum Blonde, supliendo la voz desfigurada de Alice por la de Robert Smith (The Cure). Además de extender su radio de acción de indies y amantes de la electrónica a emos y góticos, Crystal Castles ya tenía un hit que no hizo sino crear más expectación ante la salida de “III” (Fiction-Polydor-Universal, 2012), un álbum destinado a polarizar a sus fans y de sonido y temática mucho más homogénea. Sobre lo primero no puedo más que adherirme a la etiqueta de “trance disfuncional” acuñada por Nando Cruz en la crítica del disco (RDL 313). Según ha declarado Ethan a Village Voice, lo grabaron en Varsovia para buscar una situación de total aislamiento: “No hablábamos el idioma y no conocíamos a nadie, y también nos gustaba el clima gélido. Prohibimos los ordenadores en el estudio y utilizamos grabadoras de cinta de los años cincuenta. Preferíamos que nuestro equipo estuviese infestado de insectos y fantasmas”. En cuanto a la temática, nos muestra a una Alice hipersensible que intenta plasmar su impotencia ante el dolor y el sufrimiento que hay en el mundo, algo todavía más potenciado por su portada, inspirada por la fotografía con que el español Samuel Aranda ganó el World Press Photo de 2011 y solicitada expresamente por la vocalista. En las escasísimas entrevistas que ella ha concedido con motivo de este álbum (sobre todo la publicada en Pitchfork) se muestra especialmente concienciada, aportando todo tipo de datos, sobre la situación de la mujer, tanto en el tercer mundo (ese “No puedes disfrazar los ojos tristes”, de “Sad Eyes”, en probable referencia a la imposición del burka) como en el primero; mientras que las letras parecen buscar la voz de una madre universal luchando por que sus hijos no sufran. “Te protegeré de todas las cosas que he visto”, canta en “Kerosene”. “Como letrista –explica ella a Spin- me puedo relacionar con bandas como Crisis y Crass, que siempre intentaron informarme de las masivas injusticias del mundo moderno, pero también quiero escribir poesía”. Al tiempo, esta fan confesa de Louis-Ferdinand Celine, Albert Camus, Sylvia Plath y John Waters, declara a Pitchfork: “No creía que pudiese perder más fe en la humanidad de la que ya había perdido, pero tras ser testigo de algunas cosas, siento que el mundo es una distopía donde las víctimas no tienen justicia y la corrupción prevalece. Me gustaría proteger a la gente y traer justicia a las personas a las que quiero. He estado pensando en ello”. “Han sucedido cosas tristes a gente muy cercana a nosotros dos”, ha añadido, con cierto misterio, Ethan. “Es frustrante tener tan poco poder en esas situaciones”. Y, volviendo a aquella tragedia fundacional, parece completarse así creativamente la primera (y excelente) trilogía de un grupo gestado a partir del dolor, y dispuesto a seguir utilizándolo creativamente para buscar lo mejor de sí mismos.
UNA VERDAD INCÓMODA
Pero después se supo que las cosas no eran exactamente como creíamos. Ese era el tema real al que quería dedicar el presente post y, de cara a ello, le escribí a mi amiga Carolina Velasco, con quien vi aquel primer concierto del Sónar en primera fila y que hizo una foto en primerísimo plano de Alice Glass bebiendo de aquella botella. Al preguntarle si la conservaba, me respondió: “Pues la tengo que tener, pero no me siento cómoda con ella sabiendo todo lo que se sabe ahora del abuso que sufrió, porque ahora tengo claro que todo lo que veíamos entonces en el escenario no era punk, era dolor y rabia, y de hecho ni puedo escuchar ya al grupo, así que prefiero ni buscarla ni que se use”. Esto también me llevó a replantearme muchas cosas. A lo mejor aquello que adorábamos sus fans, y de lo que se beneficiaron mánagers, promotores, discográfica y demás actores de la industria, no era muy lícito si no se trataba tanto de un arte expresado en libertad como de una situación tóxica y abusiva entre la pareja. O a lo mejor era precisamente el arte que solo podía surgir como respuesta a ese infierno personal.
¿Qué fue lo que sucedió? En octubre de 2014, Alice Glass anunció que dejaba Crystal Castles para iniciar una carrera en solitario y que eso significaba el final de la banda, a lo que el mánager, James Sandom, contestó rápidamente que de eso nada, y que el grupo iba a continuar aunque ella no estuviese. Kath la reemplazó por otra joven cantante con cierto parecido físico con Glass, Edith Frances y, al tiempo, declaró que la ex vocalista, en realidad, no había contribuido en absoluto a la composición y grabación de muchos de los temas más conocidos del dúo. Ella lo negó rápidamente.
Cuando se anunció la presencia de Crystal Castles en un festival contra la disparidad de género en la industria, Alice comentó en una entrevista que Ethan no era la persona más adecuada para ser programada en un evento feminista. Sus responsables le hicieron caso, y cancelaron la presencia del grupo. Crystal Castles, con Frances a la voz, publicó en 2016 un cuarto álbum, Amnesty (I). Intentaba mantener su sonido característico pero era como un grupo tributo a sí mismo, sin chispa, sin magia, sin carisma y sin canciones. Sin embargo, recuerdo que volvieron a España de gira, creo que tocaron en algunos festivales, y se les promocionó como si fuesen los mismos, como si nada hubiese sucedido.
En octubre de 2017, cuando la banda ya tenía grabado Amnesty (II), Alice emitió un comunicado público detallando que había sufrido abusos físicos, mentales y sexuales por parte de Kath durante toda su carrera en común. Él respondió que todo era pura invención y amenazó con demandarla por difamación, pero Crystal Castles canceló la gira que tenía prevista. Desde entonces, permanece inactivo. James Sandom dejó de trabajar con Kath. La demanda siguió adelante pero el juez la desestimó, y el músico tuvo que pagar las costas. En 2017, un representante de la policía de Toronto comunicó que Kath estaba siendo investigado por varios delitos sexuales. Poco después, en este artículo publicado en The Daily Beast, Glass y otras cuatro mujeres destaparon historias de abusos sexuales por parte del músico, siendo todas ellas adolescentes. Kath aprovechaba su fama para contactarlas y, normalmente, las emborrachaba y drogaba para forzarlas a tener relaciones sexuales con él.
Al parecer, fue el descubrimiento de la cantante de que otras chicas habían pasado por lo mismo lo que le llevó a tomar la responsabilidad de contarlo todo. En esta entrevista con Laura Snapes para The Guardian en 2018, se vació por completo a la hora de ofrecer todo tipo de detalles sobre su relación con Kath durante su etapa en Crystal Castles, que fue prácticamente de cautiverio, en lo personal y lo profesional. El músico se aprovechó de su mayor experiencia tocando en bandas, así como de la juventud y fragilidad de la cantante, para ejercer sobre ella una dominación cargada de amenazas constantes: la acojonaba para evitar que saliera al exterior o se relacionara con otras personas, la tutelaba económicamente y la obligaba a seguir actuando con el grupo incluso en los casos en que ella se encontraba lesionada o enferma. Dice que, en una ocasión en que planteó marcharse, él le dijo que la reemplazaría “por alguien que es mejor cantante y que aguantaría cosas mucho peores”. Hay otra perspectiva, claro: el ser la cantante de un grupo de éxito, admirado por la crítica y el público, que la jaleaba durante todo el concierto, también debe ser una sensación muy poderosa y gratificante a la que debe resultar difícil renunciar. Incluso aunque, al final de la noche, después de bajarte del escenario e irte a la furgoneta, te esperase el infierno. Al parecer, cuando ella comenzó una relación con Jupiter Keyes, del grupo HEALTH, lo que desató lo celos y la ira de Kath, fue el detonante definitivo para que ella decidiese marcharse.
La última noticia que se tiene sobre esto data de octubre de 2020, cuando, en su cuenta en X, la cantante reveló que no estaba percibiendo todos los royalties que le correspondían de Crystal Castles y pedía a sus fans que dejasen de escuchar a su antigua banda, añadiendo que tuvo que dejarla por su propia seguridad. “Aunque fue el trabajo de mi vida, no respaldo a Crystal Castles, y tú tampoco deberías. Escucha Alice Glass en streaming”, concluía.
La vida después de Crystal Castles
Como comentaba antes, los Crystal Castles de Amnesty (I) eran, en realidad, otra cosa, un grupo que no debería haber existido. Pero la carrera en solitario de Alice Glass tampoco ha sido especialmente notoria. Su primer single, Stillbirth, la mostró muy concienciada con el abuso sexual y doméstico, hasta el punto de que sus ingresos los donó a una asociación de víctimas. Pero su decisión de irse de gira como telonera de Marilyn Manson en 2017 (otro reconocido abusador sexual) no pareció precisamente afortunada. Un año después, emprendió otro tour, en este caso compartido con Zola Jesus, que le pegaba mucho más.
Tras cinco singles de escaso éxito, y un EP, en 2022 publicó su primer álbum, Prey/IV, que documentaba su paso por la depresión y la ansiedad. Una experiencia que no se circunscribía solo a lo más estrictamente personal, sino también a un sufrimiento muy empático cuando pensaba en el estado del mundo. Pero en ese compartir la experiencia de la relación tóxica por la que pasó anteriormente, también hay un algo de música de autoayuda, algo así como “ahora soy la voz de una víctima que está aquí para advertiros y concienciaros de lo que puede pasar, y haceros ver que no estáis solas”. El propio título del álbum (“Presa/ IV”) deja bastante claro que lo concibió como su personal continuación de Crystal Castles, un cuarto álbum desde su punto de vista como víctima y, al tiempo, la negación del “Amnistía (I)” con el que su ex compañero de grupo se pretendía exculpar (aunque, en realidad, nunca haya pedido perdón y solamente haya acusado de mentir a su ex compañera). La misma portada del álbum juega con la de Alice Practice (primer EP de CC, de 2006), que incluía una controvertida ilustración con el rostro de Madonna y un ojo morado y ensangrentado. Sí, aquello que en su momento veíamos como una punkarrada provocadora, ahora deberíamos reinterpretarlo como una apología de la violencia de género. En la portada de su álbum, lo que vemos es el rostro de Alice, como una Alien digitalizada, con un ojo en blanco y una mejilla destrozada. “No existe tal cosa como la coincidencia”, certificó ella en su cuenta de X. Entre medias, acusó a su sello, Loma Vista, de no promocionarla adecuadamente y terminó autoeditando el álbum. Como en todo lo que ha hecho ella en solitario, está coescrito y producido con Jupiter Keyes, con quien comparte estudio de grabación en su casa en Los Ángeles.
Después de eso, ha cantado en Chastity, uno de los temas de la última encarnación de Pussy Riot (esto es, Nadya Tolokonnikova con diferentes colaboradorxs, también desde EE UU) y con la que pega estética, musical y filosóficamente más de lo que mucha gente imagina. En 2024 publicó dos singles, Drown y Remains. Pero, en realidad, nada de esto ha suscitado demasiado interés en comparación a lo que Alice Glass hizo con su banda anterior. Busca un sonido de pop electrónico oscuro, pero que provoca menos impacto, no llega tan bien, y estéticamente ha abandonado su lado más punk para virar hacia un rollo emo-gótico mucho más barroco y recargado, demasiado cercano al del antes mentado Marylin Manson. Es significativo, en este sentido, que su primer videoclip (Without Love, de 2017) lo dirigió Floria Sigismondi. En aquellos primeros años parecía explotar mucho a nivel imagen esa historia de violencia, autorretratándose como algo muy parecido a una muñeca rota. Son imágenes que me llenaban de incomodidad e incluso me incitaban a pensar en un cierto regodeo comercial con su propio pasado. Ella era libre y estaba legitimada para presentarse así, por supuesto, no la debemos juzgar desde fuera, pero no sé si más o menos comprendéis los matices de lo que quiero decir. Afortunadamente, en sus últimas fotos ya no es así, se le ve como más natural, más plena, mejor.
Pero es esta una historia muy triste. Cuando Alice empezó en solitario, le aventuraba más reconocimiento, una trayectoria que hubiese seguido un rumbo ascendente desde donde la acababa de dejar, pero ha pasado bastante desapercibida. En cualquier caso, ella solo tiene 36 años, y nunca he dejado de fantasear con un acto de justicia poética, una resurrección artística tardía como la de Tina Tuner, años después de Ike. ¿Quién dice que no es posible?
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